Para ellos, el arte no era creativo. Se regía por leyes y no había libertad de acción. Se presuponía que el artista se ajustaba a normas que requerían cierta maestría para ser aplicadas.
La gran excepción era la poesía, que no estaba en la lista de las artes. El poeta hacía cosas nuevas, traían algo a la vida y no estaba sometidos a reglas como los músicos, pintores o escultores.
Los romanos extendieron esa posibilidad también los pintores, que tenían el derecho de atreverse a hacer lo que quisieran.
El cristianismo primitivo produjo el cambio. La expresión creatio comenzó a utilizarse para designar “el acto que Dios realiza a partir de la nada”, (creatio ex nihilo). Sin embargo, reservaron la creación a Dios y negaron esa posibilidad al ser humano.
En el medioevo pensaron de igual manera, y fueron aun más lejos, colocaron a la poesía como arte, es decir tenía sus normas, no había creatividad.
El Renacimiento reinvindicó la libertad y creatividad humanas. Esto se reflejó en toda su producción. Pero aún no surgía la palabra creatividad. En cambio, se acuñó el término “invención”. Nadie se hubiera atrevido a llamarle creador al artista.
El concepto de creatividad fue apareciendo a partir del siglo XVIII junto al concepto de imaginación.

En el siglo XIX “creador” fue sinónimo de artista y poeta, y más tarde a principios del siglo XX comenzó a extenderse a las ciencias.
A mediados del siglo XX, aparece la Creatividad Aplicada como la ciencia que estudia el modo de provocar el pensamiento creativo deliberadamente, tanto con fines artísticos como técnicos.
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