Los griegos no tenían una palabra para designar a la creatividad. Lo más próximo era “fabricar”.
Para ellos, el arte no era creativo. Se regía por leyes y no había libertad de acción. Se presuponía que el artista se ajustaba a normas que requerían cierta maestría para ser aplicadas.
La gran excepción era la poesía, que no estaba en la lista de las artes. El poeta hacía cosas nuevas, traían algo a la vida y no estaba sometidos a reglas como los músicos, pintores o escultores.
Los romanos extendieron esa posibilidad también los pintores, que tenían el derecho de atreverse a hacer lo que quisieran.
El cristianismo primitivo produjo el cambio. La expresión creatio comenzó a utilizarse para designar “el acto que Dios realiza a partir de la nada”, (creatio ex nihilo). Sin embargo, reservaron la creación a Dios y negaron esa posibilidad al ser humano.
En el medioevo pensaron de igual manera, y fueron aun más lejos, colocaron a la poesía como arte, es decir tenía sus normas, no había creatividad.
El Renacimiento reinvindicó la libertad y creatividad humanas. Esto se reflejó en toda su producción. Pero aún no surgía la palabra creatividad. En cambio, se acuñó el término “invención”. Nadie se hubiera atrevido a llamarle creador al artista.
El concepto de creatividad fue apareciendo a partir del siglo XVIII junto al concepto de imaginación.
En el siglo XIX “creador” fue sinónimo de artista y poeta, y más tarde a principios del siglo XX comenzó a extenderse a las ciencias.
A mediados del siglo XX, aparece la Creatividad Aplicada como la ciencia que estudia el modo de provocar el pensamiento creativo deliberadamente, tanto con fines artísticos como técnicos.
domingo, 14 de enero de 2007
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