miércoles, 24 de enero de 2007

Salman Rushdie, para repasar

-Su último libro, "Shalimar el payaso", es sobre el conflicto en Cachemira. Llama la atención el retrato profundamente empático que usted hace de terroristas islámicos. ¿No es una forma de exonerarlos?

-Creo exactamente lo contrario. Si uno hace que el villano sea una caricatura, lo convierte en un ser sin la capacidad de elección moral. Es un tipo malo que sólo puede ser malo y punto. Aburridísimo. En cambio, si lo presentamos como un ser humano tridimensional, que retiene la capacidad de elección moral, cuando elige ir por el camino del mal sufrimos mucho más. El mejor ejemplo es la película "La caída". Nunca vi un Hitler tan humano, y eso incrementa nuestro sentimiento de horror por lo que hace. Por eso el libro empieza con Shalimar como este jovencito tan dulce, para que nos encariñemos y después lo que haga como terrorista islámico nos duela aún más.

-Shalimar se une a los fundamentalistas porque siente que perdió su honor. ¿Cuán general es eso?

-Esa es su razón para unirse a los fundamentalistas, pero no es una teoría general. No es que yo haya pasado por un campo de entrenamiento islámico, pero tuve mi propia experiencia y estudié en profundidad el tema, y lo más terrible es encontrar que muchas veces las razones por las que la gente se une a estos grupos son totalmente banales, espurias, no tienen nada que ver con la ideología. Dinero, por ejemplo, o simplemente conseguir comida y ropa seca. O a veces son patoteros, gánsteres por pura personalidad, y el fundamentalismo les da la excusa para comportamientos que ya tienen.

-¿Escribir sobre Shalimar lo ayudó a entender a quienes le dictaron la fatwa?

-Yo creo que es al revés. Por todo lo que yo viví me fue muy sencillo entender su mentalidad. La gente me dice qué difícil debe ser para mí escribir sobre fundamentalistas islámicos, ¡pero más vale que tuve años para reflexionar sobre ellos y razones muy personales para hacerlo! En cambio, al escribir sobre la destrucción de Cachemira, me largaba a llorar. Nunca me había pasado y yo pensaba "¿cómo puedo ser tan estúpido de estar llorando por cosas que yo mismo me estoy inventando?". Y la respuesta es que era una versión de la realidad, que en el fondo no estaba inventando lo que pasó.

-Usted es muy crítico con respecto a la tolerancia a grupos intolerantes en Europa, en particular Gran Bretaña.

-Si, y es un tema que no tiene nada que ver con derecha o izquierda, porque hace 20 años que tanto laboristas como conservadores incurren en el mismo error. Creen que si se permite la entrada de terroristas en Gran Bretaña y se les permite tener cuentas en los bancos, los servicios de inteligencia podrán vigilarlos y tenerlos bajo control, y no van a atacar su propia base. Los atentados en Londres demostraron que ambas partes de esa tesis son falsas, por lo que todas las políticas basadas en ella no sirven para nada. Hoy no tengo ningún contacto con los servicios de inteligencia británicos, pero durante los años en los que estaban conmigo todos los días, ¡era increíble!, sabían que los terroristas más famosos del mundo venían a Londres a depositar su plata y se iban sin que nadie los molestara por esa teoría de que era mejor vigilarlos que arrestarlos. Es como dejar que el gánster más grande del mundo entre en tu casa, le digas ¿qué tal?, ¿cómo anda? mientras él se prepara para asaltarte, y luego se vaya tranquilo. Una pésima política cuyos resultados ya hemos visto. Muchas de estas personas eran criminales buscados en otras partes del mundo, no se por qué se permitió en el nombre de la tolerancia que Gran Bretaña fuera su guarida.

-¿Cómo sintió los atentados en Gran Bretaña?

-Lo más duro de entender es que fueran chicos ingleses. La gente todavía está tratando de que le entre en la cabeza cómo pudieron sentir tal alienación en un país tan abierto como para cometer esos actos. Es muy distinto de lo que ocurrió en los suburbios franceses, donde los disturbios no fueron motivados por la religión, sino por la exclusión socioeconómica del proyecto nacional, una alienación más secular. En Gran Bretaña, en cambio, estos chicos no venían de las familias más pobres, pero procedían de las comunidades islámicas del norte del país, donde existe una segregación de facto, que no es impuesta sino que es de su libre elección. No es como los judíos, que eran forzados a vivir en guetos, sino que son musulmanes que eligen hacerlo. Esa vida en un radio de diez cuadras sin ver lo que pasa afuera crea tal alienación que es fácil empujar a algunos a que den unos pasos más y se vuelvan terroristas suicidas. La gran mayoría de los musulmanes en Inglaterra no vive así, y más al Sur están totalmente integrados y no tienen esas ideas. El problema tiene que ver con la autosegregación y cómo se puede evitar la mentalidad de gueto.

-¿Y la respuesta es la discriminación positiva?

-No creo que la respuesta sea siquiera económica, porque esta gente no era pobre. Tiene más que ver con cómo hacer llegar los lazos culturales, romper el aislamiento de estas comunidades. Hay mujeres en ellas que jamás salieron de sus casas solas, que no es que no sepan manejar, no saben siquiera comprar un billete de ómnibus. Es muy malo para la sociedad cuando un grupo vive totalmente aislado en el medio de ella; empieza a dar síntomas mórbidos, y los atentados fueron uno de ellos.

-¿Qué anduvo tan mal para una situación como la actual con el islam?

-Cuando yo era joven, en las décadas del 60 y del 70, la religión había perdido toda importancia política y nosotros pensábamos "se acabó, es un tema que no existe más". ¡Qué equivocados estábamos! Pero la vuelta de la religión a la esfera de lo personal y la despolitización del islam son algo fundamental para que las sociedades musulmanas entren en la modernidad. Por supuesto que hay millones de musulmanes que así lo quieren y así lo viven, pero debe pasar de manera institucional. No soy muy optimista, confieso, pero lo mejor que tiene el futuro es que nunca sabemos qué nos depara: cuando menos lo esperábamos, ¡cayó el comunismo! Estamos viviendo en un tiempo en el que la gente parece definirse por su enojo, como si aquello que te ofende te definiera. Hay algo de seductor, especialmente para hombres jóvenes, en un mundo donde uno puede ofenderse como medio de vida y la propia bronca sirve de justificación de los actos. Si pudiésemos volver a una separación de religión y política esto sería más difícil, pero lo que veo va en dirección contraria, y no sólo en el islam, sino también en el cristianismo radical que crece en EE.UU. y el fanatismo hindú que está arruinando ciudades como mi adorada Bombay, que era famosa por su tolerancia.

-Su posición respecto de la guerra de Irak sacudió a la izquierda?

-El problema es que respecto de Irak es muy difícil tener una posición con matices. Todo termina siendo si se está a favor o en contra. Y mi posición siempre fue que era imposible estar en contra de la deposición de Saddam Hussein, un asesino de millones, un monstruo comparable con Hitler o Pol Pot. ¿Cómo cualquier persona lógica puede estar en contra de acabar con un tipo así? Sacarlo, por supuesto, me pareció bien. Pero no la manera en que se hizo. Que no se lograra armar un consenso internacional, las mentiras sobre las armas de destrucción masiva? y ni hablar del caos de la estrategia. Cualquier general ultraconservador sabe que no se meten tropas si no se sabe cómo se las va a sacar. Lo peor es que los errores habrían sido evitables si EE.UU. no hubiese estado tan apurado por entrar en Irak por el calendario electoral. Ahora, esto de la izquierda, que con tal de oponerse a la política exterior norteamericana minimiza lo que era el régimen de Saddam Hussein, es aberrante. Si la izquierda no está para condenar a las tiranías, ¿para qué está? Si son Bush y Cheney los que salen a luchar contra ella mientras la izquierda sólo dice "deberíamos haber dejado a Saddam", estamos en el mundo del revés. Por supuesto que desde el principio hubo otras personas que pensaban como yo -Ian McEwan, Martin Amis-, y tratamos de dar una visión más compleja del asunto. Pero cada vez que hablábamos todo terminaba en "ah, o sea que estás con Bush". Soy claramente la última persona en el mundo a quien podrían llamar republicano o que pueda tener algo que ver con el proyecto de Bush. Pero si bien puedo lamentar el lío colosal en el que estamos, no puedo lamentar la caída de Saddam.

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